jueves, 22 de marzo de 2007

Malena

Por Iván Carrillo

Casi no la reconocí cuando entró al edificio. Habían pasado siete u ocho años desde la última vez que la vi acompañada de su esposo y dos de sus tres hijos. Morena de ojos grandes y cabello rizado que apenas si le tocaba los hombros, Malena siempre se hacía notar por su amplia sonrisa que mostraba a la menor provocación.

Mi más antiguo recuerdo de ella se remonta a un soleado fin de semana en que me desperté con las mañanitas interpretadas por un mariachi. La tempranera serenata se desarrollaba en el piso de arriba, pero sonaban con tanta potencia que parecían estar en mi propia puerta y, peor aún, el trompetista rompía mis oídos con tal fuerza que llegué a buscarlo debajo de la almohada.

Eran los quince años de Magdalena, Malena pa los cuates, y abrí la puerta para ver bajar a los mariachis, pues cuando uno tiene 10 años, los trajes de los músicos son un enigmático atractivo, ¿Cómo le hacen para tener una panza tan grande con unas piernas tan delgadas? Aún hoy, cuando mi abdomen es como de músico de José Alfredo Jiménez, no logro descubrir la respuesta, digo, si se trata de ser gordo, hay que serlo parejo.

Después de los mariachis pasaron los padres de Malena, sonrientes como pocas veces y atrás la cumpleañera enfundada en un traje blanco con una crinolina que apenas si le permitía avanzar por el estrecho pasillo. Los guantes del mismo color ocultaban sus grandes manos de largos y delgados dedos. Ella nunca lo supo, pero protagonizó varias de mis fantasías de adolescente.

El siguiente recuerdo de Malena es con otro vestido blanco, pero no uno de quince años ni de primera comunión, sino de bodas. Sí carajo, se me adelanto el “güero”, un tipo de la unidad vecina que se dedicaba a la compraventa de automóviles y al cual envidiaba como a nadie, pues además de casarse con uno de mis sueños juveniles, conducía un Ford Mustang Match 1, otra de mis precoces fantasías.

Pasaron un par de años antes de volverme a cruzar con la sonrisa de Malena, la cual se había hecho más radiante desde que cargaba en sus brazos a una rubiecita de regordetas piernas y rizos como los de la niña del cuento. El marido seguía caminando con sus ínfulas prepotentes, pero eran mera pose, ya que el “güero” también mostraba su rostro amable ante la gente conocida.

Después llegó un niño, no tan bien parecido como la hermanita, pero sí con el suficiente carisma como para que el padre caminara como gorila que regresa triunfante de la batalla y con la hembra quitándole los piojos. Así se veían Malena, su mareado y los dos frutos de aquella relación.

Ya habían pasado varios años desde mi último encuentro fantasioso con Malena cuando la volví a ver embarazada… “pinche güero, que ya la deje respirar”, pensé mientras mi ex vecina me regalaba una vez más su sonrisa de comercial.

Un buen día, mientras regresaba de la universidad, me la encontré a la entrada del edificio con sus tres niños, bueno, sus ya casi adolescentes y el peque detrás de ella. Se detuvo y me dijo que aprovechaba para despedirse, pues se mudaba de la Ciudad de México a Irapuato. “Pusimos un restaurante por allá y tenemos que atenderlo, pero de vez en cuando vendremos a saludar a la familia y los amigos, así que más bien se trata de un hasta pronto”.

¿Qué se hace en estos casos? ¿Se dice qué pena o mucho gusto? En ese momento fui políticamente correcto y opté por la segunda opción, aunque el hecho de saber lejos a la sonrisa que marcó mi juventud, me provocaba una inmensa y profunda pena… pinche “güero”, primero se la llevaba del vecindario y ahora de la ciudad.

Dos días después de aquella despedida pasó muy de prisa su hermana. Llevaba unas gafas de sol y caminaba forzando sus amplias caderas al máximo. Pensé que una vez más el marido la habría golpeado en una de sus borracheras y que los cristales oscuros eran para ocultar alguna huella del peaje marital.

Cuando llegué a casa mi madre estaba seria, algo raro en ella. ¿Ya supiste? Me preguntó con ese peculiar acento que utilizan las personas cuando van a dar pésimas noticias y tratan de allanar el camino como para que uno tome las debidas precauciones emocionales.

Malena, hizo una pausa para jalar aire y no llorar, tuvo un accidente en la carretera. Su marido y dos de sus niños se mataron, pero ella y el más chiquito están muy graves en el hospital, quién sabe si la vayan a librar.

La noticia inició de manera estruendosa, pero poco a poco comenzó a perderse como el eco en un túnel. De pronto veía a mi madre pero no la escuchaba. Ella movía los labios pero en mi mente solo aparecía la imagen de Malena con su sonrisa de enjuague bucal.

Aquella tarde los recuerdos de Malena y su familia estuvieron dando vueltas en mi cabeza una y otra vez. Su vida pasaba a gran velocidad por mi mente y se ponían como en cámara lenta cuando llegaba al momento de aquella despedida. Su marido al frente solo me miraba sonriente y de reojo. La niña más grande ni volteó siquiera, mientras que los niños se limitaron a despedirse con la mano.

Dos días después una de las vecinas fue la encargada de ponerme al tanto de los últimos informes. “Malena está fuera de peligro pero todavía no puede salir del hospital. Su mamá no sabe qué hacer, pues el niño chiquito también murió y lo van a sepultar mañana. ¿Será mejor que no le digan nada o que traten de llevarla al sepelio?”.

No sé que me pareció más irreal, si la historia que estaba padeciendo Malena o la pregunta de mi vecina. ¿Estaría en sus cabales para decirle adiós al último vestigio de lo que hasta hace unas horas había sido su familia completa? Yo supliqué que no, pedí que el cielo se hubiese llevado su memoria para que no sufriera más, si es que eso era posible.

Pasaron seis meses cuando volví a saber de ella. Mi hermana me contó que solo le habían quedado unas pequeñas cicatrices en las cejas y que casi no se le notaban, que quien no la conociera, pensaría que no le había pasado nada, pues físicamente no había ninguna huella de aquella pesadilla.

Sin embargo los rastros internos, los del alma, esos eran enormes y confusos a la vez. Al principio pensé que eran invenciones de los vecinos, que como deporte critican a todo el mundo, pues cómo iba a ser posible que Malena ya tuviera pareja y que encima fuera un borrachín con fama de golpeador que ya había pasado por más de dos chicas de la colonia.

Casi no la reconocí cuando entró al edificio. Su sonrisa estaba ahí como siempre, pero se notaba más como un tic que como un reflejo de simpatía. Si mirada estaba muy lejos, no sé si en los recuerdos de la familia que tenía, en el momento del accidente o en el futuro que se hizo añicos a la mitad de aquel camino entre los sueños y su peor pesadilla.

¿Qué pena o mucho gusto? No supe si hacer referencia al dolor que sentí desde que me enteré de la tragedia o en el gusto que me daba poder verla una vez más. Para no cometer errores opté por otra, “Hola Malena, ¿cómo estás?”. Sí, lo sé, fue más estúpido que las primeras dos opciones, pero desde que sus ojos se cristalizaron al verme, dejé de pensar.

Nos sentamos en la vieja banca a la entrada del edificio y me desconcertó su sonrisa al preguntarme cómo me iba. No profundicé mucho y ella tampoco me lo permitió. Comenzó a relatarme que se dedicaba a vender comida por kilo, diferentes guisados en bolsas para llevar, un negocio que comenzaba a volverse popular, no porque Malena cocinará muy bien, sino porque muchas de las señoras de la colonia habían comenzado a trabajar.

Pude haber dejado que me relatara cómo era su nueva vida, pero no me resigné a su presente con un bueno para nada. ¿Por qué él Malena?, le pregunté sin pudor alguno. Suspiró profundamente y sonrió como aliviada. “Porque cuando se vaya, si lo hace, no lo extrañaré. Cuando está sobrio podemos platicar y a veces hasta tenemos algo de sexo, pero cuando se va no siento sus ausencias.

“Sus besos, sus caricias, me reconfortan lo suficiente para sentir que estoy respirando, pero cuando no llega a dormir no me atormento. Cuando pasan los días y no vuelve a casa, no me dan ganas de llorar ni me pongo triste. Cuando grita incluso me recuerda que estoy viva y que no soy una fotografía más en la pared. Te puedo decir que es un dolor que no voy a sufrir y es una esperanza que no me hará soñar”.

3 comentarios:

Eduardo Linares dijo...

Che gordo...te la rifaste...sin temor a equivocarme es lo mejor que te he leído en 15 años de conocerte. Y mira que he leído todas tus cartas "diamor" y hasta el último éste que subiste del pinche loco...jejeje...Recibe un abrazo has ganado un lector...jejeje

Joaquin dijo...

Hermano, por momentos lloro, por otros siento un vacío. Hay momentos que me río y al final me tranquilizo de la frialdad de Malena. Todos hemos sufrido esos amores, todavía recuerdo el mío a los 14 años. El día que se fue lloré como lo que era, un niño.

https://puratintapura.blogspot.com/2018/11/algo-se-murio-en-mi-con-la-partida-de.html dijo...

PINCHE KRNL, TASKBRON, DE LO MEJOR EH, NUNCA CAMBIES.
ABRX.