domingo, 26 de abril de 2009

El destino nos alcanzó

Gordo te escribo para comentarte las últimas, de primera mano, noticias en la Ciudad de México, o para estar más a tono Ciudad Apocalíptica.
La influenza, un tipo de gripa, mortal y contagiosísima, pandea por estas comarcas chilangas y, por su cercanía, en el Estado de México. Paralizó esta ciudad maldecida por un virus proveniente de un puerco... jajaja cuanta razón tienen los judíos... el cerdo, siempre el cerdo.
Pero hay que admitir que no seríamos mucho sin las carnitas o el cerdo como lo cocinan los chinos de los supermercados, o los tacos de tripa o el chicharrón, y qué me eices de la moronga, y el pozole, sin olvidar la manitas capeadas... mmm yom, yom. Y qué decir de ese pasaje donde Jesús le saca los demonios a un hombre y los depodita en un puerco... ilustrativo.
Hace tiempo un grupo de amigos nos hicimos llamar Puerco, Cerdo, Cochino, Marrano, Lechón... sí adivinaste yo era Puerco. Jajaja, no sé, pero me acordé de eso, qué quieres, me distraigo rápido.
Han muerto muchos. Al tercer día, el gobierno de este lugar ha admitido que son 80 muertes, de las cuales sólo 20 han sido relacionadas directamente con la mortal cepa. Sí, ajá. Un día antes eran 60. Y dos antes sólo era influenza. Estos cabrones ni saben. También aseguraron, los gobernantes, que han acudido a los hospitales más de mil personas que pretendidamente están enfermas de Influenza porcina.
Seguro esta campaña de prevención es para localizar a los enfermos, y los van aestudiar, cosa que seguro sucederá y los usarán como conejillos de indias, y que no juzgo, conste.
Las medidas precautorias son para que no nos contaminemos más, pero quién protegerá a los médicos y enfermeras, y demás personal hospitalario que está, por ende, expuesto a este mal. Una prima que es doctora tiene una amiga en el Hospital La Raza, donde, asegura, ya han muerto dos médicos...
Na', yo no me trago los datos oficiales; históricamente el gobierno y las autoriades han mentido; porqué no habrían de hacerlo ahora. Siempre que dan una cifra de algún tema escandaloso, la maquillan. Los politicos son todos iguales, porque esta especie animal es la misma en todo el mundo: corruptos, voraces, mendaces, indolentes, insesibles, encubridores, una desgracia pues.

II

La cosa arde, en la calle la gente corre a refugiarse en sus miedos; debajo de su cama yacen con tapabocas. Paranoia, los cubrebocas, como también se les conoce, se han agotado en las farmacias. Los más afortunados o ricachones usan máscaras antigas. No, no exagero, los he visto, por allí andan como si se tratara de una película apocalíptica, te digo soy afortunado, vivo en Ciudad Ídem.
En el ambiente se respira el miedo, las calles lucen solas; los niños apenas juegan en la calle, otros celebran que no habrá clases por dos semanas, o al menos hasta el miercoles 6 de mayo, hoy es domingo 26 de abril.
La influenza nos restrega nuestra fragilidad como especie.
He escuchado dos argumentos: los alarmistas cuyas palabras son muy pesadas, como si las forjaran en piedra y las pusieran entre los hombros de quien les oye, y otros, los escépticos, quienes creemos que no es para tanto, pero igual hay que tener cuidado.
Yo nací en los años setenta, igual qu etú, y desde que recuerdo, salvo por los mortales terremotos no se suspendían clases bajo ninguna circunstancia... algo grave está pasando que se pretende evitar el contagio entre los menores. Mejor, así sólo podríamos morir los adultos... que ya somos muchos, aunque no demasiados, aclaro; pero, ¿y si uno llega a casa infectado y contamina a los suyos? Habrá que esperar.
Te dije ya que voy a ser papá de nuevo?, chale mi niñ@, llegará en buen momento, es el destino carnal, como su papá, contra toda adversidad.
Te platico que la moda dictamina en la temporada privamera-verano 2009 el tapaboca obligatorio, que es un pedazo de tela azul con pequeños hilos para sostenerse de las orejas, flexibles pero que de poco sirven. El virus puede vivir en la mano hasta 72 horas, mira que es resistente el cabrón.
Tambièn los hay, los tapahocicos de un material sólido, blanco, que usan muchos trabajadores; dicen los que lo usan que éste ofrece mayor protección.
De todos modos el virus es virus y salta donde menos lo esperas.
Casi todas las actividades al aire libre y en lugares cerrados fueron suspendidas. Los conciertos han cancelado, los partidos de futbol se jugarán a pauerta cerrada; los teatros y cines lucen vacíos, o casi.
Los expertos trabajan día y noche, eso creemos o queremos, porque ya en Estados Unidos, lugar donde también fueron reportados algunos casos, Texas y California, ya dieron el mensaje de que el virus es incontrolable.
Conocer los síntomas son básicos, fiebre de más de 38 grados, por dos o más días, dolor en el cuerpo, de cabeza, la de arriba Ivan la de arriba; malestar generalizado, es decir, como apendejado. No debemos saludar de mano, ni de beso, pero y de ¿arrimón?
En México no saben cómo contrarrestar, aún, este mortal virus, aseguran los encargados de ese rubro que tienen dosis suficientes de retrovirales. Recordemos que un virus no se puede aniquilar.
Otro dato, la Organización Mundial de la Salud ha dicho también que el brote es impredecible... ¡ay nanita!, y hoy tengo que trabajar.
Ivan date una vuelta por estos días a mi blog para que te siga contanto.
Te dejo saludos a ti y tu familia.
Chido.
MG

jueves, 11 de diciembre de 2008

La mujer es horrible...

Miguel G. Galicia


La mujer es horrible, se para junto a mí y me toma de la mano, me besa y susurra algo en mi oído, me dice que me ama. Volteo ofendido y, a la vez asustado. ¿Qué? le espeto iracundo... ella dice que yo también la amo.
Habráse visto, pero ¡si en mi vida la había mirado!; además es horrible. No, permíteme, ni te conozco. Ay ya vas a empezar de nuevo, mira mejor siéntate, enseguida le llamo al doctor. Ten, tómate la pastilla.
Sin oponer resistencia acato, y pienso, como en película antigua, en blanco y negro. Rápido, lento, borroneado, a cachos, sin sonido, con líneas por toda la pantalla...
Tengo una mejor vida que esto, no, no es verdad que vivo en esta casa gigante de mil habitaciones, ni tengo un perro, ni servidumbre, yo, yo apenas gano para sobrevivir, soy periodista y escribo a veces para distraerme.
Lo que son las cosas, repito una vez pero el eco de la idea se multiplica en la caverna de mi mente/película. No, no tengo hijos, los que tuve los perdí en algún momento del camino.
Ella, la horrible, da paso a una hermosa mujer, llena de luz, pero sale de aquella. Me explico: como si se tratara de una bolsa amorfa abre su cuerpo del pecho y como si tuviera un cierre de punta a punta, lo desliza de arriba hacia abajo.
Su sonrisa destella y sangra, ¿porqué sangra? Sin piel, sólo tiene una masa de músculos enrojecidos. El líquido rojo muta en ramas verdes que la cubren de una piel rugosa, verdosa, musgosa.
Mi hermosa huele a bosque, nuestro amor huele a selva de besos húmedo, de caricias quebradizas, a tierra de coño y culos mezclados, a saliva evaporada. El sol se cuela por algún lado, allá arriba en las ramas más altas del follaje ennegrecido; donde la luz acaricia primero.
De las ramas cuelgan frutos rojos; intensísimos tonos rubíes, Mi hermosa es una giganta, me levanta en vilo y me acerca a ellos. Toma uno, lo pone frente a mí, y ya siento en las pupilas su poder. Lo cojo a dos manos y recabo toda la información que puedo de un solo golpe. Es un corazón, como el de cientos. Estos gigantes milenarios dan corazones, pródigos, caen, al suelo y ruedan enrojeciéndolo todo.
Pregunto cómo puede ser esa maravilla. Mi amada responde que este lugar ha sido creado por los que aman, sin embargo hay otros que forman los asesinos y en lugar de músculos cardiacos lo que cuelga son cabezas. Putrefactas, de miradas desorbitadas. Es una especie de infierno, cuestiono, ella responde que no, eso es únicamente el principio del fin de todo. La humanidad vive y muere en otra parte, en tu mundo, tu tiempo; por una razón desconocida cuando alguien desaparece de esa dimensión las cabezas brotan como frutas y maduran, no sin antes sufrir lo necesario. Escuchas ese rumor inextinguible, pues son los lamentos de todos aquellos cuya muerte los trajo aquí. Una vez maduros, desfallecen y el suelo se abre para engullirlos, y torturarlos hasta lo imposible.
Pero no temas este bosque es diferente. La sabiduría llega a mi interior con rapidez. El sonido de miles de latidos, se funde en una maraña sonora donde millardos de aves y animales más picotean lo que trae consigo nuestro amor… Reacciono y ella sigue allí, diciéndome que es la mujer más hermosa del mundo, así se lo he dicho yo, maldita mentirosa, lo mejor será que la mate, esperaré a que duerma. No me gusta el sonido de las cabezas cuando ruedan por el suelo…

viernes, 3 de octubre de 2008

Todo depende del cristal

Sé que tengo un problema y debo resolverlo. Mis amigos consideran que no es bueno enamorarme de cada mujer que miro en la televisión. Pero si son tan lindas, tan buenas, tan llenas de mensajes, luchadoras y dispuestas a perdonar todo, ¿cómo no caer en la tentación?

Es cierto que con frecuencia me dejo llevar por la primera impresión, que un buen vestido e incluso un traje deportivo ajustado, me hacen girar la cabeza invariablemente. Pero eso no es un pecado. Incluso me atrevo a pensar que es un don, un regalo de la naturaleza que me fue concedido para disfrutar en plenitud de la figura femenina.

Sin embargo mi médico tiene un diagnóstico distinto. Dice que soy un enfermo adicto al cristal de colores, un sujeto que se deja influenciar por todos los estereotipos que gente sin escrúpulos ha creado cuidadosamente para robarnos, a la gente de buenas costumbres y sentimientos, esa pizca de inocencia que todavía conservamos.

No estoy de acuerdo con él. De hecho difiero totalmente. Empezando porque no me he dejado engatusar por ningún cristal… la mía es una pantalla de plasma donde millones de puntitos de color me dan una imagen nítida de mis grandes amores, donde su alma se transmite de forma tan clara, tan transparente, que dudo me estén engañando.

Ellas siempre tienen una sonrisa, una clase de brillo con el que uno solo puede contagiarse, inspirarse para alcanzar un trozo de ese paraíso en el que seguramente viven. Por eso no creo cometer un error al dejar que mi corazón se agite al verlas, que mi piel añore siquiera rozarlas, porque en el fondo lo que busco es una pizca de esa felicidad que algún maldito me roba con cada corte comercial.

Iván Carrillo

martes, 12 de agosto de 2008

El traje gris

Hay quienes creen que la vida, tal como la conocemos, es tan solo un fragmento de algo más grande que de acuerdo con la actuación que tengamos en el escenario donde nacemos, avanzamos a un nivel superior o descendemos en la escala de las buenas almas.

Esta idea me la dijo alguien que conocí en el bar una noche lluviosa, una de esas en las que solo se antoja estar en casa metido en la cama. En vez de reposar opté por salir a caminar bajo la tormenta, como si de esa manera pudiera lavar los errores cometidos, las penas acumuladas.

Aquel hombre se refugiaba en un traje gris, tres o cuatro tallas más grandes, y tenía un fuerte olor a licor fermentado, a fluidos almacenados durante días que ahora buscaban escapar en cada movimiento.

Pensé que era un borracho, una víctima de la crisis ahogando sus lamentos y sus últimas monedas con el alcohol más barato. Al despedirse me dio una palmada en el hombro y preguntó si creía que yo recién comenzaba o me encontraba al final de mi propia cadena.

Después salió caminando con una perturbadora cadencia de tres pasos al frente y uno para atrás. Lo miré hasta que se perdió tras la puerta de madera y vitrales antiguos. No sé si lo hice por curiosidad o en un afán por entender lo que el tipo me quiso decir.

Analicé sus locuras mientras movía las copas de coñac sin encontrar la respuesta. Luego de mecerlas en mis manos por largo rato, me asomaba en la perfecta burbuja de cristal como tratando de sumergirme en ella, de purificarme, para poder entender la pregunta del enigmático hombre del traje gris.

Tal vez habían pasado seis meses desde que Luisa me abandonó y de apoco habían comenzado a aparecer personas extrañas en mi vida, en la oficina, en el club, en la casa y en el bar. Me negaba a pensar que todas ellas formaran parte de un macabro rompecabezas que trataba de triturar la mía.

La primera fue una mujer, no muy joven, delgada, de rasgos marcados y mirada penetrante. Con ella me crucé en el estacionamiento, por casualidad, esa misma con la que uno sonríe tratando de ser un cazador furtivo, sin saber que en realidad es la presa de alguien más astuto.

Después llegó la niña del club, una linda morena de rizos fabricados con tubos de plástico. De no haber sido por su ropa un poco fuera de moda, tal vez habría pasado desapercibida, pero su antiguo uniforme para jugar tenis la hacían destacar entre el resto de los infantes que jugaban a espadachines con las raquetas.

Al hombre del subterráneo no lo recuerdo bien. Si a caso puedo decir que su profundo olor a colonia y la piel que colgaba de sus mejillas, lo hacían parecer más un perro viejo de pelea, que un anciano recorriendo, quizás por última vez, los caminos por los que se habían escapado su infancia, su juventud y ahora también su vida.

Con los demás personajes no estuve claro si eran parte de ese plan para enloquecerme o simples coincidencias que se cruzaron en mi camino mientras aún buscaba la respuesta a lo que ya parecía más bien una maldición: ¿Recién comienzo o estoy al final? ¿Cómo saberlo?

La lluvia seguía con su intermitente caída, ya sin la fuerza de horas atrás, pero pintaba con destellos undulantes las farolas y le daba movimiento a las estrechas calles por donde se escuchaban, de vez en vez, algunas sonrisas y también lamentos ahogados con inútiles mordidas en los labios.

Llegué a casa y de inmediato sentí la pesadez de la soledad, los golpes de las fotografías apiladas en la mesa de la sala y los cuadros pintados por Luisa en los 10 años que duramos casados, plasmados a lo largo de sus nueve años de frustración provocada por mi impotencia, no sexual por su puesto, sino de no saber escucharla.

Me senté en el oscuro balcón para despedirme de la noche con un trago más y mientras juntaba los ojos en el fondo de la copa para verla vaciarse, un leve crujido en el piso de madera me hizo aguantar las últimas gotas de alcohol en la garganta. Era como haberle puesto pausa al efecto embriagador que resbalaba hacia mis entrañas.

De pronto ahí estaban los rostros de mis pesadillas, el hombre del traje gris, la mujer del estacionamiento, la niña del club, el anciano del subterráneo y dos tipos más, uno con aspecto de profesor fracasado y otro como de hippie reincidente venido a más.

A pesar de haber terminado mi copa y de tener la mirada clavada en el fondo de cristal, no me moví ni un centímetro. Dejé que mis oídos se encargaran de todo, de investigar quiénes eran esas personas y qué hacían en mi casa, alrededor de mi, colocados en círculo como si se tratara de un juego perverso donde sus dedos me señalaban.

Todos hablaban menos la niña de los rizos falsos. Ella solo me veía con aire compasivo, como quien observa al culpable que aún no sabe que lo es, pero que en breve será condenado a un severo castigo que ni siquiera imagina.

Poco a poco comenzaron a quedarse en silencio. El hombre del traje gris se limitó a decir que era caso perdido, que me había visto y que no tenía remedio. El viejo del subterráneo dijo desconfiar de lo que decía mi rostro, pero también aceptó benevolente, como gato lamiendo la herida con resignación, tener la corazonada de que podría sorprenderlos.

La mujer de rasgos marcados y mirada penetrante fue la más directa. Es el peor de todos, dijo, dista mucho de ser un buen principio y pinta como un final fatal. Ni siquiera puede decirse que se trata de un mal ejemplo para la parte media de la cadena. Considero que es una fase perdida y que deberíamos pasar al siguiente nivel.

La discusión entre todos ellos renació y yo, que aún seguía con el brazo empinado sobre mi rostro con la copa empujando mi cabeza hacia atrás, sentí cómo la niña de los rizos me hablaba casi sin mover los labios.

“Nunca han estado conformes y creo que los tiene frustrados el hecho de que nos mantengamos en un nivel inferior, cuando ya deberíamos estar más allá de la mitad. No te preocupes, no es tu culpa. Yo me resbalé al salir del club y hasta ahí llegó mi historia. Como fue un accidente, la cadena pudo continuar sin mayor problema… sin mayor problema, eso dicen, pero jamás me dejan opinar”.

Las voces comenzaron a hacerse más claras, todos hablaban al mismo tiempo, pero podía distinguir lo que expresaba cada uno. Si bien el anciano del subterráneo era el que más aportes había hecho a la cadena, el resto de “nosotros” se las había ingeniado para retroceder, para perder todo lo alcanzado en una vida anterior.

De pronto entendí todo. El hombre del traje gris había comenzado el camino y si bien no construyó mucho, sí dejó bases para que los demás avanzáramos. Después la mujer hizo un gran esfuerzo y, a pesar de los maltratos y abusos propios de la aristocracia francesa en tiempos de la revolución, nos había mantenido equilibrados, sin pérdidas.

Lo de la niña fue como una prueba suspendida, la cual tampoco acumuló ni restó puntos. El amargado profesor había sido una parte prometedora, pero su promiscuidad lo dejó muy lejos de lo que la cadena habría esperado de él y eso lo tenía más deprimido en su muerte que cuando estuvo vivo, lo que ya era algo de consideración.

El comienzo de la gran depresión, algo así como el eslabón negro de la cadena, fue el hippie reincidente venido a más. Sus ideas revolucionarias y los enfrentamientos con una sociedad cerrada hicieron pensar que habría un gran despunte, pero su rendición final al sabor del dinero, a los placeres que solo brindan satisfacciones en primera persona, terminaron por hacernos retroceder.

Ahora era mi turno. Estaba ahí en medio de todos, aún con la copa entre mis labios y la cabeza echada para atrás. Todos seguían discutiendo sobre si mi participación había sido tiempo perdido o se podía rescatar algo, cualquier cosa, aunque fuera con mis intenciones de ser un buen consejero matrimonial que no logró salvar a ninguna pareja y que al final hasta perdió la propia.

Todos éramos parte de una misma cadena y me alarmó saberme cómplice de un grupo de perdedores que, desde la tribuna, asistían en cada nacimiento al desarrollo de otra esperanza que se apagaría sin dejar la menor estela de éxito. Eso no podía ser. Podría soportar tener una vida mediocre, pero una muerte sumido en la decepción, jamás.

Arrojé la copa contra la pared y solo al estrellarse logré que mis otras vidas guardaran silencio. Me subí al borde del barandal del balcón como para dirigirles un amplio discurso sobre lo que debíamos haber hecho y que dejamos pasar por ceguera, por descuido o por simple desinterés.

Sin embargo solo me limité a observarlos a todos y me despedí con un leve encoger de hombros. Nadie dijo nada, si acaso la mujer de rasgos delgados me mandó un último mensaje con su mirada penetrante: imbécil.

La niña de los rizos me tomó de la mano y juntos saltamos… le dimos color al traje.

sábado, 26 de julio de 2008

Sentir es relativo...

—I—
En días recientes he sentido cosquilleos en las entrañas, no presto mayor atención. Para qué, a estas alturas, seguro son los gusanos...

viernes, 20 de junio de 2008

Me niego a creerlo…

Por Miguel G. Galicia

Hoy nos avisaron que estás muerto… pero no lo creo; es más, Angélica tomó la llamada y no terminó de decirlo, pensé, no, ese cabrón está bien, seguro es otro. Fue en un accidente, nadie sabe con exactitud, del otro lado de la línea nos han dicho que el chofer se quedó dormido, pero ya haya una versión de que los impactaron por detrás; en la tele alguien dio la nota, tu nombre y el del otro compa que se fue al mismo tiempo que tú.

Me dolió la cabeza entonces y aún la siento pesada, como si fuera de un gigante y yo tuviera que cargar con ella. En la nota el corresponsal dijo que ya habían identificado tu cuerpo. Chale, sólo eso; qué frase más exacta, no te identificaron a ti, sino a eso que una vez te albergó, (orale cabrón no me andes albureando), es que sólo eso pudieron reconocer, el empaque y nada más; chale yo como muchos otros y otras, te identificamos desde donde estamos, como el wey desmadrosón, chambeador, pero pérame tantito, no creas que porque ya nostás techo flores, al contrario, si siempre que podías me cargabas la mano, pero qué tal wey, si o no te daba batalla. Si para cábula, cábula y medio.

Comí más a fuerza que de ganas, y me eché un taco a tu nombre, y al ratón jugaré una partida de cartas con mi mujer, y lo haremos en tu honor. Siento mucho tu suerte mi querido Moy, pero siento más la de Paty y la de tu Gala… Siempre lo he dicho duele mucho una muerte, pero duele más la ausencia del que se queda… y a nosotros nos dolerás mucho más, lo sé.

Y me pregunto, bueno, qué pedo, porqué se muere gente como tú, cabrón de una sola pieza, positivo, (chale no caeré en el juego fácil de sobarte el ego, pero bueno te lo dije en vida k…) cómo es que tú te mueres y otros hijos de su rechingada madre no… y entonces pienso que el mal, como lo concibo, esa entidad mitad negra, mitad gris, hirviente como averno portátil, acaba de ganar una batalla…

No mames a poco tu ciclo ya se acabó?, y luego?, a poco no había más proyectos para ti en ese plan maestro universal del que quiero pensar todos formamos parte, ya no hubo nada más que exprimirte?, y no tenías nada más qué dar?. Lo dudo.

Me niego a creerlo, y a creerte muerto. No, tu no estás muerto, no mientras te recordemos quienes te apreciamos cabrón…

PD:
Visité a tu página de fotos, te veo vital, con los tuyos, en tu medio, pero no te envidio. Tengo qué corregir, me entrometí y me siento así como un entrometido, una especie de fisgón; pero sólo lo hice para despedirme de ti de la única manera que puedo hacerlo ya, “vitualmente”. Te dejé un mensaje, sé que no lo leerás, ya no importa. es como mi palada de tierra.

Allí quedarás en imágenes, quién sabe cuanto tiempo, tal vez hasta que colapse el Internet, hasta el fin de los tiempos, cuando la Tierra sea destruida o los alienígenas habiten entre nosotros o alguien en un trabajo de historia indague que tú como otros millones de personas poblamos con nuestros recuerdos eso que no existe pero sí existe, como cuadro de Magrit. O quizás un día el administrador del portal diga el que no actualice su página de recuerdos será eliminado… entonces allí sí serás exterminado por ese semidios que habita en Silicon Valley, creo, muy parecido al otro, ese que, dicen todos no existe pero sí existe, que todo lo puede y todo lo ve, que un día como hoy, en la madrugada del viernes 20 de junio de 2008, decidió quitarte el aliento…

Descansa en pax Moy.

martes, 17 de junio de 2008

El ringtone

Hace tiempo que me cuesta trabajo recordar las cosas, las fechas importantes y hasta los nombres de mis mejores amigos, de mi familia. Sé lo que están pensando, pero no, no estoy enfermo, es tan solo que dejé en el olvido los ejercicios de la memoria y ahora me encuentro sumido en este pantano de incertidumbre.

Si acaso tengo breves destellos de lo que alguna vez fui e incluso creo tener conciencia de cuándo comenzó a crecer el hoyo negro que se tragó mis recuerdos. Estaba parado en el baño de la oficina orinando, como quien le confiesa algo al techo, mientras el agua expulsada de mis entrañas se colaba por los filtros de plástico que encierran una pastilla perfumada.

Hacía tanto frío que podía sentir el amarillento vapor rebotándome en la barbilla. Tenía los ojos cerrados cuando de pronto sonó el celular. No es posible que un ritual tan sagrado como vaciar los riñones se interrumpa por un vulgar ringtone, esos que acompañados por una intermitente vibración, hacen imposible ignorar el requerimiento del inconciente al otro lado de la línea.

Apretando los dientes, con el semblante endurecido y todavía con los ojos cerrados, intenté tomar con una mano el teléfono abrochado a mi cintura, mientras con la otra echaba las últimas bendiciones al inmaculado mueble blanco. Entonces vino la desgracia. El celular volvió a vibrar y me provocó tal cosquilleo que lo solté.

Aún no abría los ojos cuando por instinto me agaché a tratar de recoger el aparato del suelo, pero por coincidencias de la vida éste no estaba ahí, sino en la cuneta del orinal y me di cuenta porque justo en ese momento el ojo infrarrojo dejó de percibir mi figura y comenzó su descarga limpiadora justo cuando el celular emitía las últimas notas de su ahora ahogado ringtone.

Intenté rescatarlo de inmediato y tomar la llamada para reclamarle al imbécil del otro lado… “¡ves lo que hiciste idiota!”, me habría gustado gritarle, pero su mensaje no me dejó continuar.

“Escucha bien lo que te voy grsh grsh grsh vas a grsh grsh grsh, así que mejor no vayas a grsh grsh grsh, por que si no, ahí mismo te grsh grsh grsh. Y si pides grsh grsh grsh… te voy a grsh grsh grsh”.

De inmediato traté de mirar el identificador para ubicar el número de procedencia, pero solo alcancé a ver la pantalla electrónica manchándose de tinta y llevándose con ella toda la información vital en mi vida: el número de las pizzas, el servicio de taxis, mis amigos del club de dominó y hasta el de mi madre.

Ese fue el principio del fin. De pronto no tenía vida, no recordé el código de acceso a mi oficina ni a mi computadora y mucho menos la clave de la puerta del automóvil. ¿Cómo era el número secreto del cajero automático? ¿Cuál era la dirección de mi casa? Toda la información del GPS se fue por el caño.

No sé cuánto tiempo ha pasado, mi mente está en blanco. No sé mis dígitos del seguro social ni las palabras clave para abrir mis correos electrónicos, todo se desvaneció con el teléfono celular y aunque lo contemplo deseando que se tratara tan solo de un sueño, aún sigo ahí en el suelo, con las piernas en posición de flor de loto como abrazando a mi teléfono móvil, como esperando un milagro y que el ringtone vuelva a sonar.

La pantalla del moribundo sigue sin encenderse pero aún tiene línea; marco el número de emergencia pero antes de conectar la llamada, el teléfono suelta su tradicional tono de apagado “tun tun tun tun tuuun”.

No tengo vida, mi mundo acabó. Estoy encerrado en un baño velando el cuerpo inerte de mi memoria virtual y no me atrevo a salir, porque mi memoria está húmeda y ahora mis pantalones también.

Iván Carrillo