lunes, 24 de marzo de 2008

De nuevo este pinche dolor que no se va…

UNO

Miguel G. Galicia

De nuevo este pinche dolor que no se va, desde ayer que me tiene prendido de los intestinos, no me deja, es como un animal rastrero que yace dentro de mí, muerde y descansa como si le cayera muy mal o peor aún como si con cada dentellada arrancara un pedazo de mi colon y se echara a dormir por ratos. Maldito él, maldito el dolor que deja luego de sus mordidas.

Maldigo desde muy joven, desde que tengo uso de razón. Mis padres me enseñaron que eso resulta alivianador, me da un respiro cuando siento dolor o disgusto. Para mi es una forma primigenia de expresión: felicidad, odio, molestia, lo que sea.

Las maldiciones incluyen groserías, me gusta escupirlas, execrarlas como si fuera un vómito nauseabundo parecido al de Linda Blair en El Exorsista. Me liberan. A mucha gente no le gusta pronunciarlas ni con el pensamiento, se sienten sucias, supongo que prefieren guardárselas muy en el fondo. Cuando me censuran pienso que ellos están llenos de esa basura. Pobres, han de estar podridos.

Ah, ah, hijo de la chingada, suéltame…

Supongo que mi alimentación tuvo que ver para gestar este animalejo de mis entrañas. Cuando pequeño, tragué un tamal de dulce con hartas amibas. El resultado: principios de tifoidea. Igual que boxeador, quedé tocado para siempre. Ese es el primer recuerdo de mis dolores. Ya no se retirarían.

Bastaba comer algo irritante o grasiento para alimentar al ponzoñoso que traigo dentro. Pensaba que me moriría de algún tipo de cáncer, o entripamiento, igual que Artemio Cruz. Me niego a seguirlo pensando.