lunes, 12 de marzo de 2007

El piano, la noche y tu muerte...

Por Miguel G. Galicia

La noche cae en forma lenta sobre los grandes ventanales. La luz de la luna nueva, se desparrama sobre la casa, pero no como todos lo conciben: con esa vastedad que ayuda a los marinos, que alimenta los sueños, más bien como si sólo quisiera abrazar la casa. Penetra sin prisa para, después de recorrer la escalera, depositarse en el piano e iluminarlo sacramente.

El piano recibe gustoso cada rayo de luz y se regodea con el contacto. Las teclas se sumen al mismo tiempo en que se escuchan notas salidas de sus entrañas.

No volteas aunque te sabes ermitaño y nada justifica el concierto; tus oídos son las ventanas por donde nutres tu lado oscuro. Percibes notas que únicamente tú y sólo tú puedes entender.

A lo lejos, justo antes de que tu mirada alcance los límites del infinito, se topa con las tonalidades creadas por el apareamiento entre el día y la noche que, calmuda arriba a la cita anual.

Permaneces absorto sin más deseos que capturar el momento en la memoria, ese instante es el último que observas consciente.

Caes sobre el piano con todo el peso del cuerpo que alguna vez fue tuyo...

Todo es quietud, la luna continúa tocando el piano una y otra vez.. Sientes cómo se te escapan el aliento y los recuerdos. En un intento desesperado por asirlos levantas, o crees levantar al cielo los brazos y la mirada perdida.

Dentro de tu cabeza escuchas una voz que te narra cada momento de tu existir; te transporta y ya te miras en el vientre materno, naces, corres sobre nubes, ríes, descubres, ocultas, creas, destruyes, das forma, triunfas, fracasas, miras, escuchas duermes, sueñas, escribes. Con el último hálito gritas y mueres sin saber qué fue lo que ocurrió.

La luna hace una pausa, la luz se extiende hasta tocar tu rostro enjuto, comprueba tu estado. Ya no tienes ojos, pensamiento ni añoranzas, nadie te habla más. Tu alma se sienta a tu lado y solloza como si hubiese perdido algo... pero no sabe qué es.

Después, cansada de no derramar ninguna lágrima, se arrima al piano, se sienta frente a el y empieza a tocarlo sin mayor pudor, con el gusto de saber que la luna hace lo mismo.

La luna toma lo que es suyo y te abraza, te mezclas, te fundes, te desvaneces, te transformas en algo celestial para siempre, ahora eres luz.

Tu cuerpo es polvo grisáceo que el viento esparce por todas partes, estás en todos los rincones como un Dios; la última parte de ti se aloja en el piano.

Allá en el infinito la noche se cierra. Y deja lugar a la negritud total.

La luna se marcha como llegó: perezosa, satisfecha de saber que te ha resucitado. El piano vuelve a su estado inerte, dispuesto a esperar hasta la siguiente vez.

En la casa, todo es soledad, oscuridad...

No hay comentarios.: