viernes, 5 de octubre de 2007

Decidir o no...

Miguel G. Galicia


Hay actos que nos marcan de por vida. Los grandes hombres así lo demuestran a lo largo de la historia. Pero que hay de nosotros los terrenales, los de a pie, quienes quizás no habremos de cambiar el rumbo del mundo.

Recuerdo que una vez en el CCH un güey de lo más bravucón andaba de pleito verbal con otro tipo, según bien entrón. En la última pelea que sostuvieron uno de ellos, el tranquilo se cansó y le soltó un chingadazo a quien muchos consideraban un peligro; por un instante todos permanecimos inmóviles, luego el ofendido —el cual hasta hacía poco había sido el ofensor— dijo con voz chillona: “No, no me pegues aquí delante de mis cuates, mejor vente para acá, donde no nos vean”. Lo que se escuchó fue un silbido hecho con un ramillete de eses, seguido del silencio.

Yo no sé si lo que me va a marcar está por venir o acaso ya lo hice, de lo que sí estoy seguro es de que quizás no me daré cuenta de eso, porque como dice mi mujer, muchas veces lo que nos marca es la percepción desencadenada por nosotros en el otro.

Una ocasión también platicaba con Rafa, un querido amigo y concluíamos que la vida siempre nos da la oportunidad de la opción, si subes a ese camión o al otro, que si vas de pie o no, que si te sientas o no, de una u otra bifurcación depende no tu vida sino el destino.

HE visto como al menos desde mi experiencia puedo afirmar que esa sentenciase ha cumplido. Todo el tiempo hacemos grandes actos y/o tomamos grandes decisiones en la vida diaria…

Por ejemplo cuando decidí continuar estudiando la universidad o antes el CCH, o cuando decidí un buen día dedicarme a escribir, o aquella ocasión en que me casé…

Todo esto me lleva a otra dilucidación: las grandes decisiones en la vida surgen de un transito de las pequeñas; me explico, el día que fui a la boda mis amigos Héctor y Ruth, decidí llegar a cierta hora, pero pudo ser que llegara antes o después; una vez instalado en la fiesta descubrí a quien a la postre sería la mujer de mi vida —léase mi actual esposa—, y decidí que quería conocerla de cerca, le comenté a Ruth y ella amablemente nos presentó…

Aunque ahora recuerdo que Angie Mividahermosa y yo ya nos conocíamos desde unos años antes, e incluso habíamos departido en reuniones; en esa época habíamos tomado diferentes rumbos que no nos habían acercado. El día de esa fiesta todo se conjuntó para que ella y este escribidor pudiéramos crear historia juntos.

En fin, esto de las grandes decisiones es un devenir de las pequeñas disyuntivas diarias, y si no me creen reflexionen acerca de esa infinita posibilidad de abordar un camino u otro, por pequeña que sea la decisión de tomarlo o no, marca una extraordinaria diferencia.

Y es que pienso en aquel par de cuates de la época ceceachera: si cada cual hubiera actuado de manera diferente, seguro, sus vidas habrían cambiado radicalmente, o quizás no.

Pero para evitar vivir con angustia o que el miedo a decidir mal nos paralice, lo mejor es no tomarse todo esto tan en serio; es más, no hay de qué preocuparse si no queremos acudir a la fiesta de la abuela o la del primo político —porque nos cae gordísimo—, porque la vida podría cambiar de rumbo... o quizás no.

Igual y así como nosotros tenemos la oportunidad de decidir, la vida también tiene ese privilegio para tomar una opción u otra. Y en ese universo de infinitas posibilidades nosotros los seres humanos seamos sus opciones. A lo mejor un día se levanta malhumorada o caprichosa y no se decide por nosotros y sí lo hace por el otro para permitirnos modificarla y con ello nuestras aburridas vidas…

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