miércoles, 16 de enero de 2008

Las alturas

Las emociones fuertes siempre fueron el postre que endulzó mi vida. Aún recuerdo cuando me animé a conducir a toda velocidad por el sendero lleno de precipicios y mis venas hinchadas de alcohol. En aquel entonces muchos me percibieron como un romántico incomprendido, sin embargo ahora sé que se trataba tan solo de un idiota con espíritu de mártir.

Esa búsqueda constante por alcanzar el más allá de forma trágica, me llevó a probar mil fórmulas que fueron de lo simple a lo complejo e incluso a lo cínico, y es que jugar a ser el amante de la esposa de un militar no es algo muy sano. En más de una ocasión estuvieron a punto de atraparme, pero al final siempre logré escurrirme.

Fue esa adrenalina, la misma que te lleva a sentir como si el pecho se abriera para abortar al corazón, la que me instaló al borde de un abismo para saltar con una simple promesa de “no se siente nada” como seguro de vida.

Nunca necesité esperanzas para hacer mis locuras, pero ahora, atado por los tobillos, escuchaba a un desconocido reconfortando mis temores con su cántico de “no pasa nada hermano, cuando creas que estás por romperte la madre contra las rocas, la cuerda se convierte en tu pasaporte directo a la resurrección. Es toda una experiencia”.

Aquella mañana no tenía nada que probarle al mundo, ni siquiera a aquel extraño que me empujaba con su mirada burlona y esa sonrisa retadora que se lanza a los cobardes cuando se les tiene entre la espada y la pared. Sin pensarlo más abrí los brazos, flexioné las piernas y salté.

Fue curioso como toda mi vida, los momentos alegres y tristes, inundaron mi pupila para luego filtrarse en el torrente sanguíneo y recorrer todo mi cuerpo, antes de comenzar a evaporarse por mi piel. De pronto ya no veía nada ni escuchaba el silencio de la caída libre, pero el viento aún seguía con su furioso oleaje sobre mi rostro, chocando con mis mejillas y arrancando algunas lágrimas de mis ojos.

Aún hoy no sé qué pasó. Me encuentro en algún lugar elevado, pero no es la cima de la montaña, ni siquiera el risco en las faldas de la cordillera. La vista pareciera llegar hasta el infinito, pero solo hay un ligero vapor que brinda una sensación de misterio a ese rincón donde me encuentro, pero que no reconozco.

¿Estoy soñando o es esa pequeña laguna que se forma en los sentidos, cuando el corazón hace una pausa ante una fuerte emoción y convoca a todos los órganos a una reunión de emergencia, para decidir si ahí renuncian todos al mismo tiempo o se suman al derroche de adrenalina para ver en qué acaba la película que aún siguen registrando las pupilas?

Hay un pequeño golpeteo que me arranca de mi limbo reflexivo y poco a poco me ubica en un cuarto de paredes teñidas de azul pálido. Hay luces apuntando a mi cara, mangueras que me anclan a varios aparatos que brindan un espectáculo de luz y sonido que, según entiendo, mientras todas esas máquinas sigan con su fiesta, yo aún tengo alguna oportunidad de vida.

Estoy fuera de mi cuerpo y lo miro con una cierta dosis de incredulidad, ¿cómo fue que me separé de mi estuche? No lo sé, pero ahí estoy, en la cima de esa fría recámara viendo cómo mi piel está intacta, sin un solo rasguño e incluso mi rostro se muestra alegre, emocionado, como posando para una fotografía en una fiesta de cumpleaños.

Por primera vez siento miedo y quisiera bajarme ya de esta densa nube que me mantiene flotando por encima de la plancha de operaciones. Tengo un leve cosquilleo en el pecho mientras miro cómo un médico juega con mi corazón, como quien aprieta una almohadilla de tela para relajarse.

Ahora sé que le tengo miedo a las alturas, que nunca más volveré a separarme del piso y que la única cima en la que quiero mantenerme es esa que vomita el electrocardiograma y que en cada pico alto confirma que aún estoy vivo... ausente de mi cuerpo, pero vivo; flotando en las alturas de mis temores, pero con la esperanza de aterrizar para matar ese gusto por la adrenalina que ahora está por enviarme a las alturas del más allá.

1 comentario:

https://puratintapura.blogspot.com/2018/11/algo-se-murio-en-mi-con-la-partida-de.html dijo...

Soberbio pinche gordo, así mero cabrón; ojalá ya creas más en ti...
Abrxs.