lunes, 14 de enero de 2008

Karma

A él nunca le gustó mentir, ni siquiera para simular que alguien no era de su agrado.

Una vez, siendo todavía niño, disparó a una lata de cerveza con un rifle de municiones prestado por un vecino. Su puntería era tan mala que ni siquiera rozó el cilindro de aluminio, sino que el proyectil fue directo a un nido de jilgueros recién entretejido.

Sorprendido por el ruido del cañón, apenas si vio caer algunos trozos de cascaron y un par de plumas color amarillo. De inmediato salió corriendo del jardín y no paró hasta refugiarse debajo de su cama. Temblaba como todo asesino casual y tenía miedo hasta de asomarse por la ventana, pensaba que al hacerlo encontraría cientos de mirillas enfocándolo y listas para dispararle a la cara.

Pasaron minutos, tal vez horas, cuando por fin salió de su refugio. Lentamente, como quien intenta atravesar una habitación sin hacer ruido para no despertar a los durmientes, pasó ante el ventanal de la sala y desde ahí miró que afuera no había nadie, que en el jardín probablemente ni siquiera se habían percatado de que yacía el feto de un plumífero al lado del cadáver de su madre, mientras el jilguero macho contemplaba la escena, tal vez triste, desde la rama donde alguna vez construyó el nido.

Nadie supo jamás o por lo menos jamás le reclamaron por el incidente del nido, pero el cargo de conciencia era grande, tanto, que desde aquel día se paraba frente a la ventana para rendir tributo a sus víctimas con una lágrima, mientras el jilguero seguía posado sobre la misma rama.

La honestidad con la que rigió su vida le abrieron cientos de puertas y lo llevaron a conocer al amor de su vida, una mujer de lindas formas y rostro de porcelana, como moldeado a mano, suave, terso y con un fascinante contraste entre el verde de sus ojos y el rubor natural de sus mejillas.

Al verla en los pasillos de la biblioteca en la universidad quedó impresionado y ella lo notó, lo sintió e incluso lo aceptó, pues la fascinación con la que era observada por aquella mirada entre melancólica y enigmática, le indicó que aquel hombre podría ser el indicado para compartir la soledad propia de quien crece en un orfanato, no por haber perdido a sus padres, sino por el arrepentimiento de una pareja adolescente.

Las tardes se llenaron de conversaciones en las que compartieron infinidad de historias, muchas relacionadas con los quehaceres escolares, pero la mayoría sobre el pasado de ambos, incluida la del abandono en la casa cuna cuando ella apenas tenía dos días de nacida.

Jamás supo quiénes eran sus padres y con el paso del tiempo dejó de interesarle la información, pero lo que sí quería conocer eran los motivos que los llevaron a dejarla en una instancia de gobierno, como quien dona la ropa que ya no le sirve o devuelve un objeto perdido que se encontró por casualidad.

Una tarde de otoño, cuando ella cargaba en su vientre al hijo de ambos, la conversación volvió al punto del abandono de sus padres y lo diferente que habrían sido las cosas si en vez de dejarla en el orfanato, la hubiesen abandonado en un bote de basura o en algún terreno solitario, tal como lo hacían las parejas en una moda fúnebre que reportaban cotidianamente los diarios antes de su sección de sociales.

“Finalmente creo que hicieron lo correcto, aunque no sé si fue por temor a cargar en su conciencia con la muerte de un ser al que crearon, pero que se negaron a conocer. ¿Qué se sentirá matar? ¿Alguna vez has matado?”.

Él, aunque acostumbrado a la verdad, pensó unos instantes, reflexionó y en seguida negó con la cabeza, la abrazó y le dijo al oído que jamás podría vivir con una carga de ese tamaño. Luego se despidieron con un beso y esa fue la última vez que se vieron, que se tocaron, que se sintieron.

Al otro día, justo en la ventana de la sala, ahí estaba él, con la mirada triste y las lágrimas que nublaban la vista hacia el jardín. El jilguero ya no estaba en la rama del viejo árbol y entre sus manos retorcía una y otra vez el periódico abierto antes de la sección de sociales.

“La mujer, quien se encontraba embarazada, murió al impactar su vehículo contra un árbol. Según los primeros reportes de los peritos, un ave se estrelló en el parabrisas y provocó que la conductora perdiera el control y se impactara de frente contra el único tronco del camellón central”.

No hay comentarios.: